El Pirineo es una tierra vibrante donde la cultura milenaria de la montaña todavía late con fuerza. En los alrededores de algunos pueblos pirenaicos todavía hoy encontramos unas curiosas construcciones. Son cuadradas y sus puertas apuntan a cada uno de los cuatro puntos cardinales. Hablamos de los esconjuraderos.
Los esconjuraderos son pequeñas edificaciones o templos construidos entre los siglos XVI y XVIII. Tienen una arquitectura sobria y simple, sin apenas elementos decorativos. Su finalidad era clara, albergar ceremonias y exorcismos para ahuyentar los males y peligros que acechaban los pueblos. Rituales para proteger a la comunidad.
Tradicionalmente, la cultura pirenaica ha sido sumamente sensible a los fenómenos climatológicos. La gente era consciente del poder de la naturaleza. Las tronadas, sequías o granizadas de verano podían facilmente arruinar el duro trabajo de todo un año.
Los rituales para invocar a la naturaleza en las montañas pirenaicas se remontan a tiempos ancestrales. Su origen tiene una clara esencia pagana. Sin embargo, la Iglesia pronto incorporó estos rituales a la liturgia católica. Es el momento en el que se construyen los esconjuraderos.
Si repasamos la cultura pirenaica podemos encontrar infinidad de elementos protectores, detinados a mantener a salvo las casas, los animales y las cosechas. Los espantabruxas de las chimeneas o las cardinchas, son también un buen ejemplo de ello.
Los esconjuraderos están especialmente presentes en el Pirineo aragonés, aunque también los podemos encontrar en Lleida y Girona (conocidos como comunidors) o en la vertiente occitana.
En Aragón, la mayoría de esconjuraderos se encuentran en la Comarca del Sobrarbe (Asín de Broto, Burgasé, Campol, Asín, Guaso, Almazorre, Mediano y San Vicente de Labuerda) aunque también existen ejemplares en la Jacetania, la Hoya de Huesca o el Somontano.
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