Hace muchos muchos años, los dragones habitaban las montañas del Pirineo. Eran seres temidos y poderosos, capaces con su fuego de acabar con rebaños enteros. Tenían fama de invencibles y nadie se atrevía a hacerles frente.
Cuenta la leyenda que entre las grandes rocas de la Peña Oroel, habitaba un feroz y aterrador dragón. Durante siglos, las gentes del valle vivieron aterradas. El dragón atacaba el ganado y raptaba a los niños de los pueblos cercanos.
En la cárcel se encontraba preso un joven, acusado de juntarse y defender a las brujas del valle. Con gran valor y osadía, el joven propuso un trato. Si acababa con el Dragón de Oroel, lo dejarían libre. Y así podría volver a casa.
El Dragón descansaba en una gran cueva, cerca de la cima. Y el joven iría en su encuentro. Sin embargo, gracias a la amistad que tenía con las brujas del valle, antes de partir le desvelaron un secreto: «los dragones tienen un poder especial», le dijeron. Eran capaces de hipnotizar a sus víctimas con la mirada.
Con gran audacia y sabedor del consejo que le dieron las brujas, se le ocurrió una idea. Pulió su escudo cuidadosamente, para que en él se viera el reflejo. Como un espejo.
Partió hacia Peña Oroel y encontró la cueva donde el dragón dormía tranquilo. Cuando despertó, el dragón miró al joven, quien le mostró su escudo. Con su mirada reflejada en el brillante metal, el dragón quedó hipnotizado y cayó al suelo. Entonces el joven aprovechó para darle muerte con su espada.
De esta forma, el chico logró liberar del miedo a todo el valle y quedó libre de su condena. Volvió a casa y agradeció tremendamente a las brujas el consejo que le habían dado. Sin ellas, no lo hubiera logrado.
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Cuentan que todavía hoy, es posible encontrar la cueva del dragón entre las rocas de Peña Oroel.
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