El Almendro (Prunus dulcis) no es un árbol autóctono pirenaico. De eso no hay duda. Sin embargo, no es extraño encontrarlo entre las huertas y huertos de los pueblos del Pirineo. Su presencia en nuestros valles es reciente pero ya ocupa un lugar en nuestro imaginario y, cada vez, está más extendida.
El origen natural del almendro nos traslada hasta el Asia central y el norte de África. Fueron los fenicios y romanos quienes en sus rutas comerciales lo extendieron a lo largo y ancho del mediterráneo. De esta forma, y poco a poco, llegó hasta nuestras montañas.
No es un árbol amigo del frío y las heladas, así que no suele vivir a grandes altitudes. Aun así, se pueden encontrar ejemplares en pueblos pirenaicos que superan los 1.000 m.s.n.m.
Los almendros son uno de los primeros frutales en florecer. Cada año, unas semanas antes de la llegada de la primavera, nos regalan un espectáculo natural. Flores blancas y rosadas que se funden con las nevadas tardías.
En el Pirineo, por las condiciones climáticas más frías, la floración, generalmente, es más tardía que en áreas del mediterráneo.
Los almendros son un árbol que requiere de polinización cruzada. Es decir, que su polen se transporte entre ejemplares de diferente variedad. Así, para su cosecha, es necesario plantar distintas variedades y la existencia de una colonia sana de abejas en la zona.
La almendra (almendruco antes de madurar) es un ingrediente habitual de la gastronomía, que se ha incorporado a algunas recetas típicas del Pirineo. Son comunes los guisos o los postres que la utilizan. Su aceite es muy valorada en cosmética y también se utiliza para la obtención de leche y horchata.
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