Canfranc, una historia de convivencia con la fuerza de la naturaleza

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Históricamente las personas y el entorno han tenido que convivir y respetarse. Pero hay lugares en los que la fuerza de la naturaleza exagera esa relación y solo con un respeto máximo se puede preservar la vida del ser humano. Lugares como el valle de Canfranc.

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Fuerte pendiente en la cabecera del barranco de Epifanio, en el fondo del valle la carretera a Francia.

Un valle rodeado de grandes montañas. Con laderas de fuertes pendientes que pasan de los 2.500 a los 1.200 metros en menos de 2,5 km. Y sin embargo, es uno de los lugares más transitados del Pirineo Aragonés.

En el pasado, toneladas de mercancías y miles de personas pasaron por el valle gracias al Canfranero y a su estación internacional. Y en la actualidad esquiadores, turistas y habitantes del valle se refugian en él temporada tras temporada.

Estos árboles nos indican como poco a poco la ladera va cediendo a la gravedad. Fenómeno denominado reptación.

¿Y cómo se mantiene la vida en un valle con estas condiciones orográficas? Gracias a una necesidad: la de vivir. Y gracias a una visión: la de observar e imitar a la naturaleza.

El ingeniero responsable de las primeras obras, Benito Ayerbe, dijo: “En estos torrentes no hay proyecto posible de corrección a priori; hay que corregirlos como ellos indiquen; hay que estudiarlos constantemente”. Y con esa premisa a comienzos del siglo XX se realizaron una serie de obras de ingeniera y reforestación para intentar controlar los barrancos de la zona, sus aludes y sus avenidas.

Las obras consistían en la creación de canalizaciones, diques y muros. Así conseguirían controlar los aludes y las avenidas. Además de la reforestación de la cuenca que mediante la plantación de pinos, hayas, abedules y especies alpinas reducirían la erosión de las laderas y aumentarían la infiltración de la lluvia.

Los diques vacíos

De las obras destacan los hasta entonces inexistentes diques vacíos. Se caracterizan porque tienen un desagüe de grandes dimensiones en su parte baja. La infraestructura se creó imitando a la naturaleza.

Benito Ayerbe observó cómo dos árboles caídos en forma de cruz en un barranco habían retenido un alud. Los dos árboles habían creado un hueco por el que, al llegar la primavera, permitían el paso del agua que derretía el alud. De este modo pensó que si en los diques se dejaba un desagüe como el que habían creado estos árboles aumentaría la efectividad de la estructura. Y así fue como imitando la naturaleza se consiguió uno de los grandes aportes a la hidrología forestal del siglo XX.

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Numerosos muros y diques pueblan las laderas superiores.

Las obras duraron dos décadas (1909-1932) y se empleó a cientos de personas. Hombres que trabajaron bajo las duras condiciones de montaña, durante miles de horas y con alguna que otra vida sacrificada entre estos muros, diques y bosques.

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Muros rompiendo las pronunciadas pendientes.

Todo ello para que hoy en día podamos seguir paseando, viviendo y disfrutando del valle de Canfranc. Un siglo después, con todos los avances en materiales y tecnología, se sigue considerando uno de los mejores ejemplos de restauración hidrológico-forestal a nivel europeo.

 

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